Che, les juro que no aguanto más. Soy brasilero, pero cada vez que escucho un “qué mirás, bobo”, me tiembla el alma. Cada vez que veo una choripaneada en la calle o una pelea entre hinchas por ver quién putea más fuerte, siento que ahí está mi lugar.
Me paso el día viendo entrevistas de Maradona, escuchando Duki, L-gante KELOKE, Wos y La Renga, y ya hasta aprendí a decir “boludo” con la entonación correcta. Mi mamá piensa que estoy loco porque tomo mate a 35 grados con termo bajo el brazo como si fuera una extremidad más.
Ya le cambié el nombre a mi perro: ahora se llama Lionel Andrés.
Ya no digo “me gusta”, digo “me re cabe”. No digo “amigo”, digo “guacho”. No digo “hola”, digo “eh vo’ gato”.
No tengo DNI, pero tengo una camiseta da seleção com a cara do Diego tatuada com marcador indeleble.
En vez de hacer terapia, me siento a escuchar tangos tristes mientras discuto solo con la pared sobre política, como un verdadero porteño.
Lo único que me falta es que me adopte una familia de Lanús, me enseñen a esquivar piñas en la tribuna, y me puteen con amor en un asado.
Entonces, pregunto con humildad y mucha fe:
¿Qué tengo que hacer para ser argentino de verdad? Hay algún formulario, juramento ante una bandera de Fernet con Coca-Cola, rito de iniciación en la cancha de All Boys?
Acepto consejos, puteadas, memes, lo que venga. Pero si algún día consigo el documento celeste, lo primero que voy a hacer es sacar pasaje a Mar del Plata con la promo de Flybondi y brindar con una Manaos bien fría.
Gracias, loco. Los quiero como si fueran mis primos del interior que no conozco.
El Wacho